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Alejandro Marcovich: “Yo soy latinoamericano y mi búsqueda es súper válida: Nadie me va a cortar las alas”.

Pocos guitarristas han logrado establecer su huella dentro del inconsciente colectivo del rock latinoamericano como Alejandro Marcovich. Con una sensibilidad y un discurso que hunde su búsqueda dentro de las raíces del folclore y la música popular latinoamericanos, ha construido un imaginario único y atípico con su guitarra, con solos, ideas y riffs que desafían cualquier ejercicio de mnemotecnia.


Aunque nació en Argentina, al no emular los cánones del blues o el rock anglosajón, terminó por delinear una manera de tocar la guitarra en Latinoamérica, un estilo con una identidad propia, segura de sí misma.

Recientemente, luego de su gira de reencuentro con Caifanes, Alejandro decidió editar Alebrije, una colección de temas que desafían cualquier expectativa: ni es un disco instrumental –como sus párvulos hubiesen deseado–, ni un disco de rock, como los puristas esperaban.

Por el contrario, Alebrije es un álbum autorreferencial y ajeno a los estereotipos, un disco compuesto por canciones que no obedecen a ningún género en específico. Sin mayor preámbulo, acá lo recogido en una charla que se extendió durante una hora y media.


¿Cuál fue tu ritual para componer y grabar Alebrije?

Todo lo fui escribiendo en mi cama, con la guitarra eléctrica desenchufada, que es como me gusta componer: acústicamente. Probablemente estaba en calzones con un cuaderno pautado. Así fui escribiendo el disco hasta que llegó el momento de ir al estudio. Ahí reuní a varios músicos que no se conocían entre sí. Comencé a dirigirlos. El estudio es un laboratorio y da para cambiar muchas cosas. Los solos de guitarra fueron todos improvisados.

Hiciste una reversión de “El Elefante”, ¿por qué tener a “El Loco” Valdés como invitado?

Es una versión monstruosa con un arreglo diferente. Invité al “Loco” a recitar la letra porque mi esposa y yo creímos que era una buena idea tener a un comediante de sus características. Quise tener diferente voces. En “Nada que decir”, que es una canción medio punk dadaísta, quedó muy bien invitar a Jessy Bulbo; es una canción repetitiva sin nada qué decir (risas).

Varios guitarristas como Jimi Hendrix llegaron a decir que odiaban su voz, ¿cómo fue tu caso para enfrentarte al micrófono?

Ni a Lennon le gustaba; odiaba su voz y por eso la doblaba electrónicamente en el estudio. Muchos hubieran pensado que yo debía hacer un disco instrumental, pero si a ellos no les gustaba sus voces, yo decidí que debía cantar, porque a mí sí me gusta la mía (risas). En el rock nacional no hay muchos cantantes con un chorro de voz, y yo mismo tampoco tengo un chorro de voz. Sencillamente me decidí a cantar y hasta el momento no he visto ningún comentario negativo. A la gente le ha encantado el disco, y en cuanto a mi voz seguramente les gusta porque es mía y es sincera. Canto en todas las canciones menos en las instrumentales, pero cabe aclarar que yo antes cantaba en Leviatán y en Las Insólitas Imágenes de Aurora.

¿En algún momento consideraste buscar a un cantante formal?

Definamos qué es un buen cantante, para empezar. Dylan escribía buena poesía y pudo contratar a un “buen cantante” pero no lo hizo, y logró algo. Calamaro escribe muy buenas letras, y aunque no tiene una gran voz, se avienta; su timbre es muy peculiar. Igual Charly García, que muchas veces en vez de “cantar” sólo grita (risas).

Acabas de tocar “Nocturno eléctrico”, una obra para guitarra eléctrica y orquesta. Se trata de una combinación muy atípica en México, ¿cómo surgió este proyecto?

Antonio Juan-Marcos, que es un compositor mexicano, escribió esta obra pensando en mí. De más chavo él era fan de Caifanes, específicamente de “Alejandro Marcovich”. Un día, él conoció a José Areán, director de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, que en 1981 tocaba conmigo en Leviatán. Fíjate cómo se conectan las cosas, en ese entonces ¡Areán era el bajista de mi primera banda! Cuando Antonio le comenta a José que quería hacer una pieza para orquesta y guitarra eléctrica, los dos pensaron en mí: con ello se cerró un círculo. Cuando José me marcó para platicarme, acepté de inmediato.

¿Fue algo intimidante?

Yo ya había tocado con una orquesta sinfónica, pero algo muy diferente. Hace 5 años me invitaron a tocar con la Orquesta de San Luis Potosí, canciones de Pink Floyd arregladas para orquesta. Pero al frente de la orquesta había un grupo de rock tocando canciones conocidas en compases muy comunes de 4/4. Ahora se trataba de una pieza con muchos cambios de compás, sin batería, no había ninguna percusión marcando el pulso, todo va fluctuando, y es un reto muy grande. Areán fue un gran cómplice, me ayudó mucho, hicimos varios ensayos con las partituras, después de que yo personalizara la digitación de la guitarra a mi gusto.

Me apropié de las ideas de Antonio y, usando sus palabras, “quedó maravillado”. Hubo una mancuerna muy linda entre él como compositor, yo como intérprete, agasajado por su dedicatoria y José como el gran director que es, pero con la peculiaridad de que él y yo nos conocimos cuando él tenía 16 y yo 21. ¡Imagínate! Han pasado treinta y tantos años. Esto es mágico, es algo que nunca había pasado en México y rara vez en el mundo, porque casi no hay piezas para guitarra eléctrica y orquesta sinfónica.

Es un riesgo amalgamar el timbre de la guitarra eléctrica con los de los instrumentos de aliento o de cuerdas. Es algo muy extraño de tocar, pero creo que logramos algo bueno porque la gente se veía feliz. Vamos a ver qué dice la crítica.

Está de moda hacer versiones sinfónicas de rock. Recientemente, Sabo Romo organizó un sinfónico del Rock en tu idioma, ¿qué opinión te merece este tipo de grabaciones?

La verdad no sé, no me invitaron. No sé cuál sea el propósito mercadotécnico o artístico. Ahora hay TRI sinfónico, Pink Floyd sinfónico, el resultado puede ser bueno o malo, depende de la habilidad de quien haga la orquestación.

Si te hubieran invitado, ¿de qué hubiera dependido aceptar o rechazar la invitación?

Primero hubiera investigado sobre la orquestación porque soy muy quisquilloso. Yo nunca he hecho algo en mi vida de lo cual me arrepienta. Me refiero como artista, porque en el amor y otras cosas yo creo que sí (risas). Llevo 46 años tocando la guitarra y todo ha sido ascendente y de aprendizaje. Así me haya invitado Ana Victoria a tocar con ella (hija de Amanda y Diego Verdaguer), Nicho Hinojosa a grabar una canción, la Banda Maguey y la Banda Machos, o la Filarmónica de la Ciudad de México, siempre soy muy crítico; únicamente le entro cuando siento que hay un valor de aprendizaje o de validez artística. No lo haría por dinero.

¿Te acusaron de venderte por hacer esas colaboraciones?

Muchos escribieron de manera vil: “Lo que hace el dinero”. Yo dije: “Momento, lo hice por una amistad con el productor y no cobré un quinto”. Lo hice por asomarme a un mundo que no conozco en el que hay músicos que genuinamente admiro.

Mi visón panorámica de músico cambió cuando llegué a vivir a México. Acá mi disposición fue absorber la música popular mexicana. El rock inglés quedó en la distancia y comencé a aprender de Rigo Tovar y de toda esa gente que los rockeros de entonces despreciaban. Los músicos que tocan en la Banda Machos o la Banda Maguey son adorables, tienen mucha escencia, y algunos de ellos son virtuosos, VIRTUOSOS!. Yo no entiendo por qué los rockeros los desprecian. Los admiro tanto como podría admirar a Eric Clapton; incluso en algún momento he aprendido más de ellos.

Yo no entiendo por qué algún rockero cantante desprecia a Erik Rubín, si el hombre canta muy bien. No sólo canta mejor que algunos, canta mejor que la mayoría.

Hablabas sobre los rockeros mexicanos y su desdén hacia la música popular, ¿cómo fue tu cambio de aires respecto al folclor cuando emigraste a México?

No entiendo ese rollo. Yo llegué a México sin todos esos prejuicios. En la radio sonaban Yndio, Rigo Tovar, José José, Juan Gabriel, y me parecían increíbles. En Argentina sonaban Palito Ortega, Leo Dan, Sandro, Leonardo Favio, pero la diferencia es que los rockeros de allá no los despreciaban. El folclore en Argentina es parte de la educación. Lo dijo Cerati en una entrevista y se me pone chinita la piel. Me acaban de regalar un libro con puras entrevistas con él.

Un día lo abrí al azar en una página que dice: “mi maestro de guitarra, a los nueve años, me enseñó a tocar con canciones folclóricas argentinas”. ¡Es idéntico a mi historia”. Me quedé helado cuando leí eso.

Hay muchas similitudes entre Alejandro Marcovich y Cerati. Incluso les ocurrió un problema de salud a pocos días de distancia…

Nacimos si acaso con unos meses de diferencia. Cuando le pasó su accidente, a los pocos días me pasó lo del cerebro, terminé en el hospital y hubo que operarme. Está muy fuerte el paralelismo, pero el hecho de que la vida nos haya separado geográficamente forjó dos artistas con características muy diferentes, es algo loquísimo. Yo llegué a México a dislocarme culturalmente, a aprender de una música que escuchaba en los restaurantes, con música de tríosson veracruzano, música tocada con marimbas… en Argentina no pasan esas cosas, mi mundo se dislocó. En cambió Gustavo siempre tuvo influencias norteamericanas, británicas y cosmopolitas. Lo que dice del folclore siempre estuvo en sus discos de manera presente, pero sutil.

Es irónico que fue un argentino el que le puso el folclore y la música mexicana a Caifanes.

La gente no se imagina que fui yo quien le dio ese sonido a Caifanes. Cuando Saúl llegó con “Afuera”, se trataba de una baladita a la que yo le metí todo lo que había estudiado de música folclórica; se transformó en otra cosa con mi arreglo. Ahora en Alebrije me solté, ya no es un disco de rock: compuse cumbia, bolero, cha cha chá; el hecho de que venga con una trayectoria de rock no significa que toda mi vida voy a hacer lo mismo.

Cambiando de tema, ¿cómo fue trabajar con Adrian Belew como productor de “El Silencio”?

Uff!!… En el proceso de grabación hubo mucha discrepancia, no cumplió con mis expectativas. Cuando grabé el solo de “Mariquita”, desde la cabina el resto de la banda me dijo que había un pedo, que Adrian creía que mi solo estaba “chistoso”“funny”

“Chistosito mis pelotas!”, les dije, estoy haciendo un brinco de lo que hace un violinista huasteco a la guitarra eléctrica; me sentí ultrajado en mis aspiraciones. Mi postura fue: “si él no lo entiende, no me interesa, el solo se queda así”.

Fue una de varias cosas que pasaron en la grabación que me hicieron decir: “es la primera y última vez que me pongo en manos de alguien que me va a cortar las alas”.

Yo soy latinoamericano y mi búsqueda es súper válida; si él no lo entendió, es su problema.

Alejandro Marcovich

¿Cómo cambió todo en El nervio del volcán? Es el disco más protagónico en cuestión de guitarras, con solos emblemáticos.

Cuando contratamos a Greg Ladanyi, que en paz descanse, la situación fue muy diferente. Para comenzar, él no era músico; no sabía de acordes pero tenía instinto comercial y era muy solidario. La parte instrumental de “Afuera” era una sección que yo tenía en la cabeza, pero como una nube. Cuando grabamos ese disco había más dinero y por lo tanto más holgura de tiempo, más chance de experimentar en el estudio.

Cuando le presenté a Greg mi idea me dijo: “no te entiendo”. Pero a diferencia de Adrián, me dijo: “vamos a buscarle para entenderte”. Así llegamos, y se quedó esa maravilla de solo. Los productores pueden ser muy brillantes con ciertas cosas, pero pueden no entender la dinámica que necesitan con el artista. Para mí, sin demeritar el trabajo de Adrian, a pesar de que los fans consideran El Silencio el mejor disco de Caifanes y la crítica el segundo mejor de la historia del rock nacional, como guitarrista y creador considero que es mejor El Nervio.

Lo mismo le pasa a David Gilmour, cuando le preguntan que con cuál disco de Pink Floyd se sentía más realizado, responde que con Wish You Were Here, no Dark Side Of The Moon.

Bueno, El Silencio trae “Estás Dormida”, una canción compuesta por tí, ¿cómo debemos interpretar la letra, literal o metafóricamente?

Se la compuse a una ex novia. Mucha gente me dice, “¿quién se te murió?”, pero en el mundo de la composición hay quien escribe cruda y literalmente, o quienes intentamos usar metáforas, elipsis, cosas del mundo de la poesía. Cuando yo terminé esa relación, escribí esa canción de luto romántico –no de luto crudo y real con una lápida en el cementerio–, sin embargo, a mucha gente le ha significado algo en ese contexto de luto real; cada quién se apropia de la música de distintas maneras.

Es una canción de culto que poco a poco la gente ha sabido apreciar.

Mucha gente apenas descubre que yo la escribí y me han dicho que es su favorita o una de sus predilectas de Caifanes. Lo curioso es que Saúl no la quería cantar porque decía que no era del estilo de Caifanes, y que por lo tanto no debía estar en el disco.

¿Entonces cómo terminó en el disco?

Una de las cosas a las que ayudó Adrián realmente fue a escoger las canciones. Nosotros siempre fuimos muy autocríticos, y cuando llegamos a grabar ya teníamos todo muy pulido, teníamos mucha noción de lo que realmente necesitaban las canciones. Cuando llegó el momento de hablar acerca de si incluir o no “Estás dormida”, todos votamos a favor, menos Saúl… y se la peló (risas).

Hablemos de tí como productor. Te tocó producir un disco muy importante en la historia del rock mexicano, el disco debut de Santa Sabina. ¿Cómo asumiste ese rol con una banda tan joven?

Los integrantes de Santa Sabina eran muy chavitos, tenían 16 o 17 años pero eran muy talentosos. Rita era la más grande y tenía un background más amplio, había hecho teatro con música instrumental, estaba clavada en lo teatral. Cuando yo me acerqué a la banda no tenían contrato discográfico, sólo tenían un contrato con Óscar López –para variar–, en el que los había contratado para hacerles un demo y eventualmente acercarlos a una disquera –lo cuál nunca sucedió–.

A mí me gustó mucho la banda y comencé a ir a sus ensayos durante un año, ajustaba algunas cosas, luego iba a las tocadas porque los disfrutaba mucho en vivo, pero iba con un ojo crítico para analizar los cambios que había hecho y ver cómo funcionaban estos en vivo. Cuando tú escuchas su primer disco, estás ante algo trabajado quisquillosamente. Fue un proceso muy largo, que rara vez un productor puede hacer. Generalmente vas unas semanas a escuchar los ensayos y después directo a grabar.

¿Cuál fue tu rol, qué sentiste que les podías aportar?

Yo fui muy específico. Por ejemplo, cambié tempos de canciones como “A la orilla del sol”, a la cual le bajé el tempo casi a la mitad. Hubo muchos cambios radicales para que las canciones funcionaran hasta el máximo de lo que podrían llegar a ser. Hubo cambios de armonía, melodía, patrones rítmicos de la batería, cambios entre la relación de la tarola y el bajo; yo era súper puntilloso, pero a la banda le gustaba y se dejó llevar. Cuando llegó el tiempo de grabar con BMG hubo que liberar el contrato con Óscar López para que me contrataran a mí como productor.

Nos fuimos a Los Ángeles a grabar y todo se hizo en dos semanas porque ya estaba todo muy masticado y ellos eran muy talentosos. Luego mezclamos dos rolas por día. Todo en un estudio muy bueno. Un día cayó Alfonso André, que andaba en L.A., y después de escucharlo dijo “no mames!, suena mejor que el disco de Caifanes” (risas).

¿A qué disco se refería?

Era justo El Silencio. Lo curioso es que George Tutko (QEPD), que produjo Alebrije, fue el ingeniero del disco de Santa Sabina. Recuerdo que se enfocó horas en sacar el sonido de los instrumentos y de repente me dijo: “vas, ya está todo listo”. Comenzaron a correrme gotas frías de sudor (risas), pero al final todo quedó muy bien. Fue mi debut como productor y se logró un gran disco. Me desvirgaron como tal (risas), fue un aprendizaje, así ha sido toda mi carrera, por mucho que hayas estudiado en libros, con pizarrón etc., hay cosas que las aprendes en el momento.

Recientemente ha habido malos entendidos con ciertos periodistas, como que tú habías creado a Caifanes…

Yo nunca diría eso, no soy ni tan imprudente ni tan estúpido como para decir semejante cosa. Muchas veces ni son los periodistas los que hacen estas cosas sino los editores. Dan a entender cosas erróneas para jalar a la gente.

Hubo algo muy polémico que incluso enfrentaste en redes sociales.

Sí, con un periodista de Monterrey que sacó de contexto una frase mía y la retorció para poner cosas que yo no dije. Según él yo dije que Caifanes había sido mi proyecto solista. Yo jamás dije eso, declaré que mi discurso de guitarras, en el Nervio del Volcán era como un proyecto solista que inició en el año 80. Alebrije es un disco solista, pero mi discurso guitarrístico comenzó en el año 80 y sigue evolucionando en 2015, durante treinta y cinco años de carrera. En ese sentido es un proyecto solista.

Caifanes no lo es, los solos de “Aviéntame”, “Aquí no es así”, “Afuera”, “Miedo”, esos son los proyectos solistas a los que me refería. Es muy diferente. Está muy fuerte lo que dijo ese periodista y hubo que jalarle las orejas, pedir que se retractara. Pusieron el audio y ahí nunca se escucha lo que el tergiversó. A mí me desconcierta mucho la prensa escrita en México. Uno habla durante una hora y no hay manera de poner todo eso por escrito, hay que editar, pero con criterio y buena onda. Hay que respetar al sujeto, sea médico, político o músico.

¿Qué tal te va con los haters? ¿Te ha tocado poner en su lugar a alguien?

Los muy pocos que he tenido que bloquear –porque me molestan de manera muy agresiva y mal intencionada–, han insistido en tratar de manipular a mis seguidores para hacerles creer que yo me quedé con el nombre de Caifanes, cosas así, e insisten en que ellos saben la verdad y se ponen en un plan que me harta. Crean un ruido con la gente que sí me admira y me respeta, sin ningún derecho.

Yo les permito que opinen en mis redes, pero lo permito mientras tengan bases; lo que no les permito es que me insulten; cuando comienzan a insultarme les digo que los voy a bloquear y se calman. A los que no se calman los bloqueo y punto.

¿Te ha tocado censurar?

Es mi espacio, pero no hago una censura de cosas para que parezca yo el bonito que tiene toda la razón. A mí nunca me ha gustado construir un personaje mítico. No tengo ese espíritu. Mis padres fueron personas muy críticas con la sociedad, trataron de aportar cosas, y para mí la música es una trinchera ideológica. Las cosas que hago tienen un valor estético y un valor en la sociedad.

Los músicos no necesariamente debemos estar metidos en la política como David Alfaro Siqueiros o Frida Kahlo. Lo más importante para un artista, creo yo, es hacer bien su arte. Nací en un contexto social muy crítico, y me molesta que la gente trate de agredirme en aspectos que ni conocen de mí. No saben de dónde vengo, a dónde voy y se obsesionan como fans. Ni me conocen como persona e insisten en que soy serio, que soy de tal o cual manera, y ni me conocen.

Entonces, ¿no crees que el arte deba ser político como decían los existencialistas en Francia o los muralistas en México?

A mí nunca me ha gustado subir a un escenario a tirar consignas; si acaso, vas a decir algo como artista de tu tiempo, es muy válido, pero yo no creo que cause ningún impacto. La gente que paga un boleto va a divertirse, por mucho que tú digas “43, 42, …”, la gente se toma la chela, brinca, y se va a su casa. Repito, es válido, pero no creo que sea muy trascendente.

Trascendente sería usar tu tiempo libre para ejercer la democracia. Hacer labor social concreta, como ir a un albergue a ayudar en algo, pero en un escenario o una canción, no creo que cambies nada. En fin, pero eso es cosa de cada quién. Cada persona ejerce su tiempo y su vida como le dé el talento, la necesidad y las ganas.

¿Qué opinas de una banda con discurso político como Molotov?

Son una gran banda, son mis amigos, me parecen muy audaces y divertidos, pero al final facturan una gran cantidad de dinero por protestar. Pero hablemos de U2 por ejemplo, que tiene “Sunday Bloody Sunday”: se vienen al Estadio Azteca y cada uno se mete 1 millón de dólares. Mi pregunta es ¿qué hacen con toda esa lana? Yo pensaría, “hermanito, si ya tienes en tu cuenta 500 millones de dólares, pues has algo de bien con esa lana, no sólo te subas a cantar consignas que no cambian nada”.

Yo no soy nadie para juzgar, es sólo una opinión, y ojaláque todas esas consignas en realidad sirvan de algo.


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