Madrid es Madrid y estás ya advertido que sales por una cervecita y no regresas más. La ciudad te fagocita lentamente hasta convertirte en una partícula más de su pequeño universo impredecible. Ahí, entre la tercera y la última caña en un lugar que jamás recordaré, me crucé con un malagueño con rock en el aura que definitivamente llegó teletransportado de otras épocas.
Sarria se llama el muchacho -y no Sarriá, como tienden a equivocar catalanes y futboleros-, y previa invitación que tuve la suerte de recordar, caí a verlo al día siguiente en Sala Siroco.
A pesar de la orden de estar sentados y un aforo mermado por las limitaciones sanitarias de estos tiempos de mierda, la voz sólida, los estribillos pegadizos, la banda de puta madre que lo acompaña, la psicodelia y la distorsión de antaño pero con la nitidez de hoy, me hicieron sonreír pensando que estaba viendo nacer a una de las próximas luminarias del rock español.
Te recomiendo empezar a digerir pequeñas dosis de su disco homónimo y debut para inmunizar tu cuerpo contra la música desechable, y hacerte fuerte otra vez con vitaminas que saben a Zeppelin, The Doors y los Beatles, pero con un twist de actualidad.
Sarria… Escucha y grábate este nombre porque el viaje apenas comienza!