Pocos escritores mexicanos han sido reverenciados con tal fervor como Parménides García Saldaña. Como ha ocurrido con otros personajes envueltos en una muerte prematura, su obra solo puede escudriñarse mediante anécdotas, relatos e interpretaciones subjetivas. Y no es para menos.
Críptico, irreverente y sumamente original, su estilo deriva un halo de misterio que sigue desafiando las metodologías de la hermenéutica. Doctor, escritor, profesor y amigo, el periodista David Cortés rememora el legado de uno de los idearios de la “literatura de onda”.
Porque nunca tendremos suficiente de Parménides.
La justicia no es equitativa. Eso podemos afirmar cuando se habla de Parménides García Saldaña (Orizaba, Ver., 1944). A fines de los sesenta, su impulso fue decisivo en la creación de llamada “literatura de la onda” y, desde sus inicios, su vida se vio marcada por las letras, el blues y los excesos.
A él se le atribuye el término “hoyo fonqui” para designar esos lugares a donde el rock mexicano fue arrinconado luego de Avándaro, y que en buena medida se encargó de romantizar; pero también, es cierto que a lo largo de su vida en la colonia Narvarte de la ahora CDMX, los escándalos no se hicieron esperar.
“Una vez fue al Excélsior a reclamar que no le publicaron un artículo sobre Elmore James, y le reventó a alguien la máquina de escribir en la cabeza; a Octavio Paz lo tuvo escondido bajo un escritorio porque le reclamó que en la revista Plural no lo incluyó en un listado de escritores modernos”.
Contó Edmundo, su hermano, al escritor Alejandro González Castillo en una entrevista realizada hace un par de años.
Fan de los Rolling Stones y del Three Souls in my Mind, la obra de Parménides García Saldaña, tiene su basamento en tres libros esenciales: Pasto verde (1968), El rey criollo (1970) y En la ruta de la onda (1974). Es precisamente en el último donde está centrado su “ideario”, la mística que lo guió en vida. Ahí, escribe:
“Estar en onda es estar al margen, convertirse en outsider, forajido, disidente, rebelde; en un ser humano fuera de las leyes que rigen el orden de la sociedad; es oponer la imaginación a la no-imaginación, es parodiar la disipación que se oculta detrás de la solemnidad del mundo square, cuadrado, chato, plano y fresa”.
Parménides García Saldaña
Para el escritor J. M. Servín, Parménides —o el Par, como le llamaban sus allegados— fue “el más radical de los escritores de su generación y llevó el lenguaje a un punto de experimentación donde otros, como José Agustín, ya no llegaron. Parménides representa una ruptura formal con el lenguaje, con la pedantería que hasta entonces rodeaba a la literatura mexicana. Narró la atmósfera y circunstancias del nuevo demonio de la moral mexicana: el ‘ondero’, es decir el joven de vitalidad impulsada por el rock”.
Apologista de la onda, transgesor por naturaleza y apegado al canon sesentero del sex, drugs and rock and roll, el también autor de En algún lugar del rock (El callejón del blues) sentenciaba:
“La onda son los excesos. Vivir la vida en exceso. Los excesos pueden estar en la diversión que incluye risas, lágrimas y amor, entre alcohol, cocaína, morfina, heroína, mota, ácido; según los tiempos. La onda requiere de un desgaste anormal de energía, si no, no es onda.
La onda tiene que ser irracional, si no pierde su nivel de trascendencia. El exceso de alcohol en el cuerpo, de mota en el cuerpo, de sexo en el cuerpo, de ácido en el cuerpo, conducen a Dios y al Diablo: los constituyentes de las leyes del misticismo y la onda”.
Parménides García Saldaña
¿Cómo debe leerse la obra de Parménides García Saldaña a 39 años de su muerte (falleció el 19 de septiembre de 1982), ¿Cómo literatura, periodismo, crónica roquera? J.M. Servín, autor de Cuartos para gente sola, señala:
“La obra de Parménides debe leerse como literatura, independientemente de que por lo menos El rey criollo haya coqueteado con la crónica. Hacer una separación tan tajante es caer en el menosprecio del buen periodismo como género literario. Lo que es claro para mí es que las experimentaciones estilísticas de Parménides son confusas, caóticas y con un aire de pedantería de alguien que en el fondo quería ser avalado por el Status Quo del Feudo de las Letras Mexicanas, de otro modo no se entiende que haya querido golpear a Octavio Paz por no incluirlo en una antología de jóvenes narradores”.
J.M. Servín
A lo cuál, González Castillo remata: “Podría leerse como un literato que no hubiese existido de no ser porque el rock llegó a su vida. Finalmente, fue capaz de conjugar ambos terrenos con efectividad, aunque la huella que dejó se encuentra en los libros. Leer a Parménides escuchando rock es una gran idea, por ejemplo”.
Pasan los años, el lenguaje se renueva y no obstante estas transformaciones, la obra de Parménides sigue vigente. Alejandro González Castillo es claro cuando afirma que “su sello va más allá de una era. Esa forma suya de escribir, sí, reflejo de un momento, no se advierte críptica hoy día; en realidad se trata de una pista que invita a ser descifrada con sencillez, gozo y sorpresa. Su legado abre caminos, siembra semillas”.
A quien esto escribe, se le ocurrió la peregrina idea de equiparar a Parménides con Hunter S. Thompson, el creador del periodismo gonzo, aunque J.M. Servín se encargó de derrumbar tal supuesto: “No veo que se acerque en lo mínimo al gonzo que Thompson practicó solamente en un libro: Miedo y asco en Las Vegas […]
Thompson fue un escritor muy prolífico, contestatario en serio (pionero de las luchas ecologistas, impugnador de la política armamentista de Nixon, por ejemplo) y de alta influencia en la contracultura de su país. Parménides aquí fue una curiosidad literaria”.
Al final, Parménides parece haber sido devorado por su propia creación, como lo asienta José Agustín en el epílogo a El rey criollo:
“Parménides era perfectamente consciente de su valor y su naturaleza contracultural. No sólo se trata nada más de mostrar las etapas de la educación sentimental sino de manifestar un espíritu, el del rebelde empecinado en ser él mismo en una libertad encarcelada. Fue una lástima que se lo tragara la locura porque habría sido fascinante ver cómo desarrollaba su propio mito. Parménides sabía que el Rey Criollo, ahí nomás, no fue Elvis sino él mismo porque él era Elvis Presley y varios más”.
José Agustín