Se desgarraron los cielos de Sevilla para despedir la fiesta con un aguacero infernal que obligó a reprogramar algunos de los conciertos del escenario de afuera. A mí me obligó a escurrir los pantalones y pedir un vodka tónica para luchar contra el frío. Apenas son las 5:30.
Como en el primer día, el arranque fue ecléctico e inesperado con el dúo chileno Emilia y Pablo, que acompañados por un verdadero chamán de las percusiones, dieron un espectáculo folklórico flamenco-latinoamericano que emocionó hasta a los rockeros más duros que había en la sala SGAE.
De ahí siguió una maratón interminable mientras, como cuando te pasas las vacaciones en un pueblo pequeño, me iba saludando y haciendo bromas con todo hijo de Dios. Del post rock de Red Passenger me fui a la promesa lo-fi del punk pop rock con autotune de Ghouljaboy, que tenía la fiesta ya montada y el escenario del último piso repleto hasta decir basta.
Ya calentitos con su despliegue, la manada de borregos bajó un piso a donde estaba el gallego Grande Amore, que no necesitó más que unas bases sencillas y un micrófono para convertir el escenario del cubo en una discoteca.
Es emocionante ver una instancia en donde se le da el mismo respeto e interés a las bandas emergentes que los nombres ya consagrados. Me tomo un trago de punk femenino con Tiburona, otro vodka tónica, un poco del sorprendente flamenco electrónico de Álvaro Romero y al cuadro siguiente figuro tirado en uno de los sillones del lobby, con una botella de agua en la mano y los pies que me van a explotar.
Siento que es hora de rendirse, pero la curiosidad por lo que todavía queda me da el último boost de voluntad; último boost que alcanzaría para llegar hasta las 5:30 de la mañana, 12 horas después del primer concierto.
Subo a ver a Rosín de Palo porque eran, en el papel, mis preferidos y no defraudaron: brutales. De lo más innovador y bizarro de esta edición del Monkey Week y tal vez también de las ediciones futuras. Un contrabajo y una batería, bien usados, son más que suficientes para ponerte a flipar en colores con un espectáculo musicalmente anárquico, técnico, raro, estridente, y al mismo tiempo armonioso de alguna extraña manera.
Ya torpe, corro destartalado para escuchar a los Black Lips: plato de fondo del Monkey Week y una banda que suena ya a consagrada. No tuvieron que derramar ningún líquido por el escenario para ser un éxito total, y eso se notaba en la cara de alegría de los organizadores.
Ha$lopablito desde Colombia y con una combinación entre bases y batería de verdad que fue de mi total agrado, se encargó de ir cerrando la noche en el Cartuja Center disparando rap de verdad; de ese que habla verdades que calan hasta la médula.
Excelente, aunque mi cuerpo a estas alturas solo piensa en una cama y una sopita de pollo. Sufro al pensar que todavía quedan las salas. Sala X estalla con el punk y movimientos exorcizantes de la URSS y la buena onda va guiando la noche hasta su delirio y posterior final.
Los rumores de pasillo quedan más que confirmados: el Monkey Week es uno de los festivales con mejor rollo de todo España.