La lectura de Nosotros iniciamos el incendio (Producciones Salario del Miedo, 2023) de Juan Mendoza aka Juanito Podrido, es atemporal (mientra exista el último concierto sobre la faz del planeta) y se inscribe en la crónica con un espíritu gonzo que no hace sino reafirmar que las reseñas de los conciertos donde no se habla na’mas de las canciones que tocaron los grupos (y que los sesudos reporteros post-Napster toman de Setlist.fm) sino de las experiencias detrás, son las mejores. Al menos para quienes no gustan de lo obvio y sí del factor sorpresa y de imaginar vía un relato, todo el ritual y el contexto detrás de asistir a ver a una banda en vivo. Porque efectivamente, un concierto es mucho más que la música y por supuesto que mucho más que 3,000 güeyes grabando con su celular el show.
Claro, también es un libro que cala en los fans del rock (y te vuelve fan de Los Tigres del Norte si te descuidas).
A manera de relatos que, de algún modo, van contando cronológicamente la vida del protagonista de estas historias y revelan cómo el mismo autor fue descubriendo su gusto por los conciertos, este pequeño (por lo rápido que se puede leer) pero gran libro—por su entrañable contenido— nos va revelando —con un humor muy particular y al mismo tiempo bastante identificable— su paso por festivales, conciertos de periferia, su primera visita a recintos como el Lunario del Auditorio Nacional y hasta inolvidables pasajes punketos que nos da envidia no haber vivido de esa forma.
De hecho la única vez que fui a un concierto de hardcore punk azteca fue en provincia, y salí drogado involuntariamente por inhalar (sin querer) alguna sustancia monera de los elegantes convidados. Pero ese es un cuento de hadas comparado con el relato punk de drenaje suburbano de Juanito Podrido, el contable convertido en cronista rocanrolero, editor, locutor y novelista.
Real de Catorce, el rock urbano, Manu Chao en el Zócalo, el Corona Capital enlodado, The Cure y una crítica al periodismo de espectáculos moderno que dejó de ser un testigo confiable (o al menos interesante) de lo que pasaba en todos esos conciertos que nos perdíamos, y muchas historias tan divertidas como patéticas —en el buen y el mal sentido, pero se vale—, conforman 250 y tantas páginas de nostalgia, comedia rocanrolera y muchas, muchas referencias a la cultura del rock.
Quienes no estuvimos en el concierto de The Breeders (en el Corona, entre posers y fans de ocasión, seguro no fue lo mismo) en conocido antro donde servían las bebidas con éter, podemos vivir de cerca la aventura en estas páginas y, dado lo elocuente de la reseña, hasta percibir el olor a sudor y cerveza quemada del lugar. Ése y otros relatos, así como una aventura en El Tajín, son parte de Nosotros iniciamos en incendio. Revendedores, mafiosos, guardias de seguridad sin sentido común, una esposa embarazada a punto de tener a su bebé pero asistiendo a un concierto de Radiohead, escapadas e intrépidos punks, son los co-protagonistas junto con el autor (y su querida pareja, a quien llama “La mismísima”) de muchos de estos relatos/crónicas que bien podrían ser el guion de una sitcom rockera (por ejemplo, la convivencia frustrada con Jaime López, podría ser parte de la extinta serie española Qué vida más triste o las confusiones con el origen de la banda donde militó el autor, con algún gag de la argentina Porno y Helado).
Mención aparte, la cuasi-trágica historia en el Vive Latino con Dover y unos Zurdok miedosos. En fin, un libro que se disfruta, sobre todo quienes extrañamos las reseñas musicales como las que solía recetarnos el periodismo de antaño, con apropiación y personalidad, y no solo con afán reporteril ( y no, por cierto no hay, creo, a menos que me hay perdido de algo, ninguna referencia a Billy Joel).