Los aniversarios, son importantes. Hablar de medio siglo de Avándaro, abre una reflexión en torno a la evolución del rock, ese género que el gobierno mexicano censuró a finales de los 60 y que hoy, las nuevas generaciones declaran muerto.
Para celebrar 50 años del mítico festival, nadie mejor que David Cortés, periodista, escritor, Doctor en Educación por la UPN, autor de El otro rock mexicano, La vida en La Barranca, Escritos en el tiempo, Negra Semana Santa y coordinador –junto con Alejandro González Castillo–, de 100 discos esenciales del rock mexicano y El rock también se escribe.
El próximo 11 de septiembre se cumplen 50 años de la celebración del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, fecha que pese a su significado, se vive ambiguamente: es, al mismo tiempo, una gran conmemoración (o debería serlo) y una terrible llaga sin sanar.
Avándaro, como Woodstock, surgió como un negocio. Sus organizadores (Eduardo López Negrete, Justino Compeán, Luis de Llano, David Dragosa —también suele incluirse al entonces gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, encargado de extender la autorización)— trabajaban para empresas como Coca Cola y Telesistema Mexicano, entre otras.
Como en Woodstock, el negocio se vio rebasado en Avándaro por la respuesta de los asistentes: la congregación de entre 200-300 mil asistentes rompió todas las expectativas. El line up lo conformaron oficialmente Dug Dug’s, Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki (con Mayita Campos), Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in my Mind.
Todo transcurrió sin contratiempos; pero a diferencia de Woodstock, que se convirtió en el clímax de la cultura pop de los sesenta, en México se dio la debacle. Al día siguiente, cuando los asistentes regresaban a sus lugares de origen, ya formaban parte de una nación estigmatizada.
La prensa reportó:
“En la fiesta del libertinaje se reunieron 200 mil personas, 5 toneladas de basura y 2 toneladas de mariguana”.
El Heraldo de México, 13 de septiembre
“El paroxismo en su máxima expresión. Más de 100 mil jóvenes y el 90% intoxicado con mariguana y otras drogas”.
El Universal, 12 de septiembre
“El negocio del siglo hicieron los vendedores de drogas y alucinógenos en el Rabat de Avándaro, con justa mal alarma de la sociedad”.
Jueves de Excélsior, 24 de septiembre
LAS CONSECUENCIAS DE UNA PACÍFICA REUNIÓN
Poco contrapeso pudieron hacer las publicaciones especializadas ante la condena de los diarios contra la nación rocanrolera. Federico Rubli cuenta en Estremécete y rueda. Loco por el Rock & Roll:
“1. La primera consecuencia inmediata fue el desprestigio que sufrió todo lo relacionado con la música de rock.
2. Otro efecto fue la cancelación abrupta por orden oficial, de las canciones de cualquier grupo mexicano en la programación de las radiodifusoras.
3. Una tercera consecuencia se manifestó en la cancelación oficial de eventos en vivo para los grupos nacionales. Simplemente ya no había dónde tocar”.
Fue el pretexto que necesitaba el gobierno mexicano para reprimir a un sector de la juventud, pues el ataque hacia las reuniones juveniles había comenzado el 2 de octubre de 1968 cuando se llevó a cabo la masacre de Tlatelolco y se volvió a manifestar el 10 de junio de 1971 cuando se reprimió a los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional en el llamado “Halconazo”.
El acontecimiento “legal” que aprovecharon las autoridades para ir contra el festival y reprimir reuniones masivas similares en el futuro, lo cuenta Peter Doggett en su libro There’s a Riot Going On:
“El concierto se transmitía por radio en directo, hasta que un integrante de la banda Peace and Love gritó ‘¡Chingue su madre el que no cante!’, durante la canción provocativamente titulada ‘Mariguana Boogie’. Los organizadores habían tenido problemas para asegurarse de que los activistas políticos no se dirigieran a la multitud, pero Alejandro Lora, el líder de 18 años de Three Souls in my Mind, hizo lo mejor para subvertir la regla.
‘Han escuchado mucho en este festival acerca de paz y amor y eso está bien, pero no es rock and roll. Para mostrar que nos preocupamos por lo que pasó el 10 de junio, vamos a tocar una canción de los Stones que se llama ‘Street Fighting Man’ [Peleador callejero].
Three Souls in my Mind era la banda con mayor orientación política del festival, pero Lora era realista acerca de la enorme brecha ente la retórica radical y la acción política. Cuando la gente escuchó la música de la banda, explicó Lora después: “Se sentían como en una guerrilla, pero no iban a tomar las armas y a derrocar al presidente. Sin embargo, sintieron como si hubieran participado en un mitin político, era un escape sicológico, que creo que el gobierno debió haber reconocido como tal”.
El line up lo conformaron oficialmente Dug Dug’s, Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki (con Mayita Campos), Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in my Mind.
A partir de ese momento y hasta mediados de los ochenta, el rock mexicano fue proscrito: no se escuchaba en la radio, no se grababan discos, salvo excepciones, no había conciertos masivos (cuando los había terminaban en trifulca o eran cancelados de último momento).
“El miedo del gobierno hacia el rock como una herramienta de organización […] sólo fue una parte de la historia que explicó la represión que siguió”.
Eric Zolov en Refried Elvis. The Rise of the Mexican Counterculture
Año tras año, Avándaro se mitifica. ¿Qué se escuchó? Seguramente nada: “… el magno sistema de sonido se reducía a tres grandes bafles Altec… un sistema rudimentario e insuficiente”, escribe Óscar Sarquiz. Sí, fue una fiesta, pero gracias a los asistentes (eso cuentan incluso los que no fueron).
Lo prometido a los músicos (alojamiento, comida, buen escenario) nunca se cumplió; a los grupos se les dijo que sería un festival gratuito y a su llegada se dieron cuenta de “que no sólo costaba 25 pesos la entrada, sino que además se proyectaba llevar a cabo la grabación de un disco, la filmación de una película y varios video-tapes, además de una transmisión radiofónica del evento; todo ello sin avisarles” escribió Sarquiz en “Humillación, fraude con los músicos”, artículo aparecido originalmente en Piedra Rodante y reproducido en el libro Avándaro, una leyenda (2011) de Juan Jiménez Izquierdo.
Pacho Paredes y Valerie Miranda presentan el programa “45 años de Avándaro”. Participan el historiador Álvaro Vázquez Mantecón y el investigador de rock Federico Rubli.
AVÁNDARO 71 | “Los Libros” Pedro Meyer
Gabriela Iturbide recuerda su experiencia documentando fotográficamente el Festival de Avándaro.
Cada septiembre se organiza algún festival que habrá de conmemorar lo acontecido, pero todos los “homenajes” han fracasado —mientras escribo esto se habla de una gran celebración, pero a diez días de su realización aún no tiene el line up— porque los esfuerzos siempre han nacido desde la independencia y si bien existe buena intención, no los recursos suficientes para proyectarlo masivamente ni hacer de él un negocio.
No obstante, siempre será conveniente recordar Avándaro como el capítulo con el cual el gobierno mexicano cercenó la creatividad de una generación e impidió a las posteriores acercarse a sus propios gustos y no a los impuestos. En ese sentido recordarlo no es volver a vivir, es aprender a resistir.
Así suena la Generación Avándaro