Viajero de mil crónicas y mil batallas musicales (y ciclistas), Rogelio Garza presentó un nuevo libro de relatos llenos de rock and roll, cultura pop y punk. Crónicas de una realidad alterada hay que leerlo con The Ramones de fondo (y quizás en algún momento invocar a El General, y ahorita verás por qué) porque justamente este volumen publicado por Editorial Gato Blanco de México, comienza con un evocador relato sobre la banda neoyorquina que solía sniffear pegamento y cantarle a chicas llamadas Judy.
Más que un análisis musical como el del libro que reseñamos recientemente (“Ramones en 32 Canciones”), Garza apuesta de forma hasta romántica, por la idealización del mito ramoniano, y de paso, nos regala datos que cualquier fan de la banda agradecerá (no, no todo está en internet y aún se puede hallar en los libros) y la historia en primera persona de cómo el autor vivió la primera visita de Los Ramones a tierras aztecas. El relato punky incluye un frustrado encuentro en backstage con la banda y un recuento emocional de las canciones que el grupo tocó en aquel salvaje show donde tanto punketos de periferia como fresas amantes de la sub-cultura cuando seguro también escuchaban a Timbiriche, convivieron y se bañaron bajo el mismo sudor que despedían los muros asfixiantes del recinto. Buena crónica que caliente el ambiente y anticipa el tono gonzo y tragicocomicomusical de las siguientes página 200 y tantas páginas.
El siguiente capítulo no podría ser más opuesto al anterior y, pese a que muchos dicen que “el reggaetón es el nuevo punk”, pues nomás acá se lee que no. En el episodio “El último perreo de El General” , el autor relata cómo conoció al famoso músico panameño en una reunión familiar casual en Florida; en la misma crónica, reflexiona sobre la religión, otro de los topicos que abundan en el volumen.
Y para quienes (incluyendo al artífice del libro) el rock es justo una religión, el exquisito relato de un encuentro con el gran José Agustín, deja un gran sabor de oídos. Se trata de una vieja crónica de cuando Garza y otro amigo, cayeron de sorpresa en la casa del escritor. El resultado, un buen momento contado en un tono nostálgico muy particular con un cierre inesperado.
Pero además, hay ensayos sobre la vida moderna (el coworking), más y más religión, un encuentro épíco y cómico entre el autor en modus ciclista, y unos agentes de tránsito muy sui géneris (aunque igual de traicioneros que comunes y corrientes). No puden faltar aventuras lisérgicas, un homenaje al casete (que le hace mucho sentido a la portada) y unas vacaciones en el mar llenas llenas de confesiones.
Sin duda, una lectura divertida y llena de referencias, a la que quizás lo único que se le pueda reprochar es saber qué es lo que pasa después de algunas de las historias, ahodar un poco quizás (aunque quizás eso dé para otro libro) o que el tono misceláneo nos haga querer seguir en un mismo mood (digamos, musical) y de repente, pasarnos a uno ciclista y luego volver a leer algo de Bob Dylan, KISS o The Brian Jonestown Massacre.
Y todo, en el mismo volumen. Aunque quizás ahí radique parte del encanto atrapente de una lectura que circula ágil (cual bici de carreras) y nos hace imaginarnos la acción de forma cinematográfica, incluso las partes más lisérgicas (que abundan).
Las ilustraciones del artista Ricardo Cortés, otro buen detalle que acompaña una obra muy recomendable y con grandes guiños musicales rockeros y de verdadero fan. El autor, ha publicado varios libros y ha sido fundador de diversos fanzines y colaborador de la legendaria revista La Mosca en la Pared, además de El Financiero, Milenio y La Razón. El libro, se puede encontrar aquí para ventas en México, U.S.A. y LATAM.