Junto con José Alfredo Jiménez y Chava Flores, Rockdrigo González es el trovador de nuestra ciudad monstruo. Desde que yo era un joven wannabe rupestre que bajaba por la entrada del metro Balderas, que da a la Biblioteca México, religiosamente iba a chocarle la mano y rasguear la guitarra de cobre de la estatua que pusieron ahí en su honor, un monumento fabricado con llaves, hecho tan duro como el hierro de su ciudad: Rockdrigo, representa la llave para entender a la Ciudad de México, la llave con anteojos oscuros y guitarras luminosas.
Las canciones inventan ciudades. La música despierta el espíritu hasta del concreto. A nuestro México, a Tenochtitlán, le han regalado muchos cantos floridos. La responsabilidad del trovador, es el destilar una y otra vez la esencia de la vida para volverla canción y ritual; un ritual que vive en nosotros. La ciudad se lo come todo, es una vorágine de voluntades y deseos burbujeantes. En la ciudad, la humanidad inventó su colmena.
Las primeras ciudades humanas se hacían al modelo del orden cósmico, eran ciudades hieráticas. Cada esquina y sombra tenía en su centro una armonía y entretejido desde lo micro a lo macro de lo sagrado. Ordenamiento y sentido trascendental. Cosmos. Nuestras ciudades, nacidas después de la revolución industrial, están ordenadas ya no a partir del cosmos y del orden de las estrellas, sino de las necesidades del mercado y del deseo humano.
Nuestras ciudades no fueron diseñadas para tener alma o espíritu. El rocanrol de los años ’60 y las contraculturas juveniles se encargaron de devolverle el espíritu a las calles. La canción popular se volvió el vehículo de este espíritu, llenando a esa generación con esperanza e inventiva. Esta brisa de sentido llegó hasta una ola de mar en Tampico, Tamaulipas, donde nace Rodrigo González, el Rockdrigo y sus Hurbanohistorias, con “H”.
Conocí las rolas de Rockdrigo en la voz de mi padre, cuando agarraba la guitarra, cantaba “Este es un asalto chido, sáquense las carteras ya”… y nos botábamos de la risa. Escuchaba las leyendas de este personaje chicharrachero y burlón, y de a pedazos fui conociendo su leyenda.
Rockdrigo tenía voz de buen carnal. De buen amigo. Por algo, su cuate del alma Roberto González (a quien recién perdimos este 20 de mayo del 2021) le compuso su “Mientras más tiempo pasa más te extraño Rockdrigo” (Ánimas, Roberto González).
El caset Hurbanistorias es un pilar fundamental de la canción mexa. Es de maíz y metralleta. Desde su título se pasa por el arco del triunfo las reglas de la lengua española. Este disco nos saca la lengua. Es el mapa cósmico de la parte oculta de la Ciudad de México.
Es el viaje de Rockdrigo que narra desde lavar los baños del Wendys Pub, hasta el día en que Bátiz, le dio la oportunidad de treparse al escenario con su guitarra. Así, hasta llegar a ser considerado el Dylan mexicano. Rockdrigo era sabio en su oficio, conocía los paisajes del folk hasta la trova y su herencia huasteca.
Sus debrayes iban desde la rola norteña hasta el serialismo alemán. Su pareja, la Francois o “La Panchua”, como él le decía, juntó unos pesitos para editar el primer material discográfico del profeta del nopal: Hurbanohistorias, una edición de 300 casetes, cuyo diseño de portada fue trazada por el mismo Rockdrigo.
Así, su carnal musical y trovador el Fausto Arellín, nos cuenta:
“Él tuvo todo el control de la producción, era un tipo muy práctico en lo que hacía y sabía lo que quería hacer. Él grabó todos los instrumentos, coros, dobles guitarras, percusiones. Se grabó en el estudio de Jorge Rosell (un cuate bajista que tocó en la banda setentera Iguana, y ya más pa’cá, en la Banda de Guerra de Briseño y fue maestro de la Escuelita del Rock) en una máquina de cuatro canales que sólo contaba con un efecto de reverberación del que abusaron hasta la saciedad”.
Y es que ese efecto de reverberación, nos da raíces, como un país musical donde habitar, para ir rebotando en los versos espirales del tampiqueño.
“Tu amor fue un rock en vivo
Lado A, Track 6, Rock en Vivo
dos tres manchas de tinta;
un requinto de jazz fugaz improvisado
una imagen en el aire de un pintor apresurado”
Sus liras impactan como si fuera una banda completa en “Rock en vivo” con guitarra acústica y requinto. Las letras místicas y tan locales. Uno se imagina saliendo del Alicia o del Café Tlalpan, y sentir que se trae en la entraña un pedazo de aerolito, de que ya no hay manera de regresar la cinta, que ya la cagaste y aunque su casa está a la vuelta de la esquina, ya no le puedes ir a chiflar.
Como cantautor, uno siempre se mide como Rockdrigo. Siempre será la vara con la que se midan las letras del rock mexicano. Su sonido es como si hubiera salido de una bruma. No hay después. Ni Juan Gabriel tiene una estatua dentro del Metro. Aunque tenga una voz en momentos desafinada y aguardentosa, es la voz de nuestra ciudad quebrada.
Aquí la letra de “Perro en el periférico”, una especie de psicodelia urbana muy densa.
“Solo era una representación
Lado A, Track 2, Perro en el Periférico
tan solo un acto de teatro
una simple asimilación
de aquel tiempo y ese espacio”
Hay un trance en esos acordes en loop, como una cascada de sustancias verdes que van bajando en espiral. Jung, la mota y una mente musical lúdica y lúcida. Rockdrigo era ese perro en el periférico que por unos instantes, comprende un mundo más complejo, se sube a su Tsuru del ’77 y aprende a manejar por la autopista de una consciencia superior a la suya.
“En la estación del Metro Balderas
Lado B, Track 2, Estación del Metro Balderas
ahí fue donde yo perdí a mi amor
En la estación del Metro Balderas
ahí deje embarrado mi corazón.”
Con referencias herméticas y burlonas a Freud, Rockdrigo en una especie de realismo mágico inventa una ciudad de México ahora fantasmagórica. El metro Balderas, con todas sus lonas, maderas y amores perdidos, se vuelve escenario de un personaje maniaco secuestra un convoy del metro para encontrar al que quizás, es el fantasma de su mujer.
El poeta le da aliento de vida y espíritu a las palabras. Aparte de profeta, Rockdrigo es nuestro poeta del nopal. En sus letras, realiza un encantamiento a una esquina popular de la ciudad de México, lo vuelve un sitio sagrado. Así, esta canción una y otra vez vuelve a la vida.
Por eso, a todas mis novias las he llevado frente a la figura de cobre de la estatua de Rockdrigo, para que conozcan al santo patrono de mi oficio de la canción. De hierro, como su vieja ciudad, a la que le cantó como un trovador le canta a su mitología, dotando a los rincones más marginales del D.F.
La nostalgia de nuestra generación entera se resume en la frase “No tengo tiempo de cambiar mi vida”. Un himno del desencuentro de vivir en la ciudad de México. De la confusión, la tristeza y la maravilla. Esta canción, es un tesoro y sigue sonando en las combis, en los barrios, en la guitarra parchada y amarrada con un mecate de algún morro que le gusta el rocanrol.
Y tiene una de las mejores metáforas que existen en una canción en español:
“Y cual si fuera la espuma de un anuncio de cerveza
Lado B, Track 5, No tengo tiempo de cambiar mi vida
una marca me ha vendido ya la forma de mi cabeza.”
La rebeldía. La libertad. Esta canción te hace sentir que aunque la desigualdad y el mundo infernal que puede ser México, hay una luz. Aunque no haya tiempo, aún hay luz.
Fausto concluye sobre el disco de su carnal:
“Hurbanohistorias muestra a un compositor con un dominio perfecto del lenguaje, grandes recursos armónicos y al mismo tiempo de una sencillez accesible para todo tipo de público, sin ser escatológico, ni haciendo chistes simplones, es enérgico, ingenioso, propositivo y original…”
Fausto Arellín
“Quizá el único antecedente sería el Chava Flores (por lo prolífico y desmadroso, pero el ‘Redrogo‘, además le clavaba psicología y tecnología al asunto)… ingredientes perfectos para convertirse en un producto de culto, además de las trágicas circunstancias en que se dio su muerte”.
Se dice que Rockdrigo es nuestro Bob Dylan, o nuestro Bruce Springsteen. Yo creo que Rockrigo y sus
Hurbanohistorias siguen resonando en nuestras bocinas por su autenticidad. Rockdrigo es Rockdrigo. Inventó una nueva cepa de cantautor folk-psicodélico-urbano y nos enseña que, si tenemos tiempo para cambiar nuestras vidas, la máquina y el algoritmo pueden ser trascendidos: siempre se puede atracar en buen puerto.
Que urbano lleve “H” si al poeta le da la gana, que nuestra ciudad, ¡ya tiene a su profeta!